"El camino que sube a Monterrey es una calzada antigua, empedrada de grandes losas desiguales; al comienzo de la subida se encuentran algunas casas pobres, casi míseras; por eso sorprende más ver en ellas fustes de columnas, capiteles, escudos y piedras bien labradas que, sin duda alguna, no corresponden a sus misérrimas fábricas; son los despojos de Monterrey, es la rapacidad inculta y voraz que va mondando y desvalijando poco a poco las ruinas veneradas.
Sigue el camino ascendiendo entre curvas graciosas; la mayor parte del trayecto va bordeando la solidísima cerca de piedra que rodeaba la magnífica posesión que aquí tuvieron los jesuítas.
Se llega por fin a la puerta del recinto exterior de la fortaleza y, entrando por ella, se da en una esplanada tapizada de verde hierba, sobre la que extiende sus brazos una cruz monumental de piedra. Aun hay que subir una corta pero fuerte pendiente; ya se dibuja el airoso arco ojival de la entrada principal de la fortaleza; al trasponer este bellísimo arco apuntado, de la más pura traza, el ánimo se transporta a los siglos pasados, y me parece que en pocos pasos he recorrido hacia atrás el camino de varios siglos"
pax. 41,42
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