El 24 de marzo de 1556, dos jesuítas -un sacerdote y un hermano escolar- atravesaban con paso cansino la villa orensana de Verín. Venían a pie desde Valladolid. La gente se les quedaba mirando con curiosidad. Ellos estaban contentos porque "habían llegado la víspera de Nuestra Señora de marzo a quien tomamos por axuda de todas nuestras cosas".
Atravesaron el puente sobre el río y acometieron la áspera calzada de piedra, muy vetusta, que serpenteaba caprichosamente monte arriba. Al terminar, quedaron sin fuerza alguna de las pocas que traían. Pero estaban as fin en su destino: el castillo de Monterrei. Lo habían divisado por el camino, mucho antes de llegar, imponente sobre un atractivo otero. Cruzaron la muralla y se dirigieron al palacio del conde, que les recibió y obsequió espléndidamente como a hijos de una prolongada gestación.
El sacerdote era Juan de Valderrábano, natural de Valladolid, que había estado ya en Galicia diez años antes (cuando era aún escolar) dando misiones por la diócesis de Mondoñedo, llamado por el obispo Soto, buen amigo suyo. Ahora venía como Rector en Monterrei y luego sería el primer Provincial de Toledo y Superior en muchas partes. El escolar se llamaba Juan González, estudiaba Teología y habría de ser el primer jesuita muerto en Monterrei.
Al día siguiente se entregaron ya al trabajo. Valderrábano se presentó al párroco y se puso a su disposición para toda suerte de ministerios. González empezó a recorrer el pequeño pueblo y todos los pueblos vecinos anunciando que, a mediados de abril, comenzarían unas clases gratuítas de Gramática junto al palacio del conde. La novedad y la curiosidad calaron increíblemente entre la gente. Aquel curso ser reunieron ya 53 alumnos. Estaba en marcha lo que sería más tarde un admirable Estudio General.
(pax. 9,10)
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